En el universo del utilitarismo, en efecto, un martillo vale más que una sinfonía […] Es fácil hacerse cargo de la eficacia de un utensilio mientras que resulta cada vez más difícil entender para qué pueden servir la música, la literatura o el arte.
Nuccio Ordine (Ordine: 2013)
El ruido no es una categoría absoluta. Más allá de su esencia circunstancial y subjetiva, es el otro del sonido, tal y como lo entendemos tradicionalmente, lo ajeno, lo diverso, lo que nos cuesta asimilar. El compositor John Cage empezaba su texto El futuro de la música: Credo diciendo: “donde quiera que estemos lo que oímos más frecuentemente es ruido. Cuando lo ignoramos nos molesta. Cuando lo escuchamos lo encontramos fascinante” (Cage: 1999).
Educar debería ser parecido a despertar esta fascinación, algo más que ratificar lo ya existente, lo predecible; exponerse a lo diferente para alcanzar conocimientos “inauditos” e inesperados. Sin embargo, cada vez estamos más inmersos en la deriva de la que habla Ordine en la cita que encabeza este texto; en un aprender que sólo se justifica a través de lo eminentemente útil, que minimiza las interferencias y que ha situado lo sonoro y los contenidos relacionados con el ámbito artístico en un lugar secundario, y cada vez más residual, en los planes de estudio.
Por suerte, y a pesar de este enfoque que viene condicionando el currículo en las diferentes enseñanzas desde hace ya tiempo, aún conservamos contenidos desde los que es posible acercarse a un conocimiento que desafíe estas imposiciones cuestionando el valor de uso desde una perspectiva productivista. Materias pensadas para educar la percepción y el movimiento en las que otros modos de aprendizaje son posibles. Lugares de resistencia donde puedan acontecer experiencias significativas y transformadoras a través de procesos sensibles, críticos y creativos.
Pero esto exige re-situarnos. Si tomamos como ejemplo la materia de música, por su natural relación con lo sonoro, sería necesario ampliar su significado y alcance implementando estrategias pedagógicas que enseñen a pensar tanto desde la acción de “organizar sonidos”, que diría el etnomusicólogo John Blacking (Blacking: 2015), como desde una escucha activa que promueva otras formas de expresarnos y relacionarnos con los demás seres con los que compartimos el mundo. Una escucha elaborada partiendo de lo común, pero también de la diferencia, o el “ruido”, en el sentido que antes mencionamos. Como explica el colectivo Ultra-Red en su texto Five Protocols for organized listening “la escucha no sólo produce consenso, sino también disonancia, aprender a escuchar es una tarea intencionada de solidaridad; escuchar en tensión” (Ultra-Red: 2012).
A este cambio puede contribuir de forma radical la incorporación de prácticas artísticas contemporáneas asociadas con el sonido, tanto en su aspecto más conceptual como técnico, ofreciendo un amplio espectro de posibilidades en el contexto de las enseñanzas musicales, pero también de otras disciplinas artísticas; la improvisación, la composición electroacústica en sus diferentes manifestaciones, el circuit-bending, la notación gráfica o el mash-up, son sólo algunos ejemplos de aproximaciones que desbordan la enseñanza musical más tradicional para conectarse con el teatro y la performance, la educación plástica y visual o la tecnología. Muchas de estas prácticas se revelan como formas disruptivas de un modelo educativo que frecuentemente establece un marco excesivamente normativizado. Cuando improvisamos, lo colectivo se manifiesta y conceptos como el error son rápidamente resignificados. Al hackear un dispositivo electrónico para que emita frecuencias que no se corresponden con aquellas para los que ha sido diseñado, o al remezclar y procesar grabaciones preexistentes, estamos redefiniendo nuestra relación con la tecnología y revelándonos frente al rol pasivo de simples personas usuarias.
Incluso, más allá de lo estrictamente musical, lo audible se ha transformado en una potente herramienta transversal para pensar y representar. Adentrándonos en los vértices caleidoscópicos del arte sonoro surgen nodos como el radio-arte, la poesía fonética, el paisaje sonoro o la instalación, por citar sólo algunos ejemplos. El sonido se convierte aquí en un espacio en el que pueden habitar otros discursos provenientes de la literatura oral, la ecología, la geografía, la sonificación o la expresión escultórica, pero también de la creación documental o la memoria histórica.
En este contexto queremos reivindicar lo experimental en el arte, entendido tanto desde la experiencia, como desde la activación de procesos abiertos que puedan generar significados inesperados, desafiar los cauces fijados “difuminando, o incluso borrando algunas fronteras preestablecidas entre música y ruido, música y otras formas de arte y la vida“ (Sun: 2012).
Esta convocatoria quiere abrir un espacio para que aflore todo ese potencial creativo en el contexto educativo. Es una oportunidad para compartir diferentes recursos y experiencias de aprendizaje que partan del potencial expresivo del sonido en sus diferentes formas. Recuperar la capacidad transformadora de la escucha, una acción que implica tiempo y atención, un acto de voluntad y renuncia de lo inmediato que desafíe las dinámicas de un pensamiento obsolescente.
En este sentido, entregarnos a lo sonoro encierra un gran potencial para encontrar otras formas de educar desde el oído recuperando y descubriendo un espacio de lo sensible, anestesiado por omisión o saturación, invitándonos a “aprehender” el mundo desde su esencia inmaterial y vibratoria.
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Texto y editor invitado a este llamamiento: Xoán-Xil López