Quiero empezar por decir que me siento muy honrado por poder colaborar con el programa PERMEA en Valencia. Es el programa, entre los que conozco, que mejor enfrenta el dogmatismo en que normalmente está envuelta la preparación del personal de los museos y que permite explorar momentos como los que estamos viviendo. Estos momentos pueden parecer un poco extraños para discutir problemas referentes a exposiciones de museos, mediación y educación escolar. Pero, al mismo tiempo, pienso que en el contexto de PERMEA y de la Red PLANEA, también puede ser visto como el momento ideal. Con sentimientos encontrados, entonces, quiero hablar del Covid. A pesar de los desastres que trajo y trae consigo, tengo que reconocerlo como un muy buen profesor. No es alguien que acepte nuestra pasividad o las respuestas pre-envasadas que le podamos ofrecer. En cambio nos desafía y nos obliga a hacernos preguntas de peso.
La primera pregunta que nos propone es si algún día volveremos a la normalidad pre-virus. La respuesta, al menos para mí, es que esa normalidad no era algo demasiado deseable y que es mejor que no. Desgraciadamente la nostalgia mal dirigida genera lucro. Una compañía de materiales educativos se creó para responder a las limitaciones de la educación por teledistancia y por Zoom. La compañía consiguió inversiones de 46 millones de dólares para atender a la pregunta: “¿Usted sabe lo que necesitan los maestros?” De acuerdo al gerente general los maestros: “Necesitan la habilidad de repartir trabajos en las clases, dar un examen y calificarlo con una nota”. Con una mentalidad que es parte de esta actitud, y ante la imposibilidad de un público presencial, el Museo de Arte Moderno de Nueva York decidió despedir a sus mediadores y al equipo educativo, ya que si no hay público presencial no hace falta explicar las obras. El momento de revisar radicalmente su función educativa fue ignorado y, como muchos otros museos, el esfuerzo está puesto en mostrar su colección virtualmente.
La segunda pregunta es si el sistema educacional nos preparó correctamente para este evento. Aunque las pandemias se veían venir desde hace décadas, la respuesta es que no. Los datos estaban, pero la habilidad de conectar esos datos y actuar de acuerdo a las conclusiones no estaba disponible para organizar la fiesta. Tenemos un sistema educacional que todavía se apoya en la fragmentación del conocimiento, en su cuantificación, y en la especialización tecnológica. No nos ocupamos de estimular la imaginación, las conexiones improbables y la lectura de configuraciones. Actuamos como si el arte fuera una actividad de especialistas elegidos en lugar de lo que es realmente: una forma enriquecida de entender el entorno. Se llega incluso a afirmar que las artes distraen de la educación. Se promulga y justifica así el abandono de las Humanidades en favor de las disciplinas duras. En estos días seguramente se afirmará que es la tecnología la que tan rápidamente logró darnos la vacuna. Si los científicos hubieran perdido el tiempo mirando o haciendo arte, ¿cuánto se habría retrasado la salud mundial? El argumento es difícil de refutar, salvo cuando vemos que el 75% de las vacunas se dieron en 10 países ricos y que todavía quedan 130 países pobres que no tuvieron acceso. Y dentro de los países, son los privilegiados los que tienen más acceso. Esto es un problema ético y nos muestra qué es lo que pasa con una tecnología desprovista de las Humanidades y fanáticamente enfocada en la eficiencia lucrativa.
Hace medio siglo Paulo Freire criticaba a nuestra sociedad por mantener una educación diseñada según el modelo bancario de distribución. Yo agregaría que además de bancaria es una educación que infantiliza. Es una educación que está basada en la oferta de puntos numerados para que los sigamos en su orden. Lo mismo que con dibujando siguiendo números, al final solamente terminamos con un diseño pre-establecido y predecible. Es la educación que crea niños encerrados en cuerpos de adulto, con especializaciones tecnológicas y útiles para la economía. El virus nos enseña, una vez más, que lo que necesitamos en cambio es formar a ciudadanos adultos y maduros. Los ciudadanos que tenemos que preparar tienen que saber generar sus propios diseños con sus propios puntos y conexiones, y no aprender a repetir como loros.
No niego que tenemos que adquirir conocimientos, pero tenemos que hacerlo con la conciencia que son nada más que un ingrediente de la educación. No niego la importancia de las ciencias o la tecnología. Pero, si la educación es un caldo, ellas son las que le dan sabor, pero no son el caldo mismo. Son los pedacitos que flotan y lo único que nos quieren dar en la transacción educativa, particularmente en lo que llaman STEM, el currículo enfocada en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas. Nos ocultan el hecho que es el caldo lo que une los fragmentos y les da su sentido. El caldo incluye la transversalidad, la imaginación ilimitada, y también la ética y la estética. Es el campo que precede la negociación con la realidad, la plataforma general que desde su amplitud nos permite criticar a la realidad y corregirla. Es el campo que define a las humanidades y utiliza la especulación, pero también al arte en particular, como el instrumental que nos permite sobrevivir con alguna esperanza: la posibilidad de algún día llegar a ser una sociedad funcional y no una basada en la explotación.
Entender al arte exclusivamente como una disciplina especializada dirigida a la producción de obras de arte es una aberración pedagógica y por lo tanto social. Es la visión de los fragmentos flotantes en el caldo. Esto permite utilizarlo como un apéndice disciplinario, accesible para unos pocos elegidos, y algo que se puede agregar o quitar caprichosamente. Sin embargo, más allá de su función artesanal, el arte es un instrumento cognoscitivo. Su ausencia del proceso educativo crea los “analfabetos de la imaginación” que nos rodean. Leer y escribir son actividades para ayudar a articular los pensamientos y no para sacar premios de literatura. El arte integrado en la educación está para afinar los mecanismos de la imaginación y el pensamiento crítico, no para ser aceptado en un museo. El museo presente se limita a guardar algunos fragmentos flotantes y trata de comer el caldo con un tenedor.
Es esta toma de conciencia de la real función del arte lo que en este momento nos propone el Profesor Covid. Subraya la necesidad de que los museos se salgan de su misión de ostentación y ayuden a estimular la cognición imaginativa de la ciudadanía. Se trata de cuestionarse no sobre qué es lo que pasa con las obras sino pensar en qué es lo que pasa con el público. Se trata de entender que tanto los comisarios como los mediadores, más que eruditos del arte, son educadores del público. Su misión es la de desarrollar una pedagogía apropiada a estos efectos. No es la misión que sucedía dentro del aislamiento institucional perezoso permitido por la normalidad pre-pandemia. Es una misión que tiene lugar dentro de una coordinación transversal y transdisciplinaria con el sistema educacional general. El Covid nos enseña que ha llegado la hora de que los museos se eduquen. Ha llegado la hora de que las universidades se eduquen. Este es el momento para que se eduquen juntos y logremos así un verdadero caldo de cultivo.