La educación es la práctica más antigua de la humanidad porque lo que nos hace humanos es que no sabemos vivir. No sabemos ni sobrevivir ni convivir: tenemos que aprenderlo todo, desde que nacemos hasta que morimos. En este camino, la muerte no es la culminación del aprendizaje sino que lo interrumpe. Y, como humanidad, no hay ningún aprendizaje que podamos dar por hecho. No hay asignaturas ni materias superadas o convalidables de una vez por todas. Educar es aprender a vivir juntos y aprender juntos a vivir. Siempre y cada vez.
Marina Garcés, El contratiempo de la emancipación. p. 22
Aprender a vivir juntos (y juntos a vivir) implica necesariamente abrazar lo desconocido, reconocer la alteridad que hay en el otro, y también en nosotros, y dialogar con ella abiertamente. Esta alteridad que nos define como seres humanos, y que es inherente a los grupos y sociedades que conformamos, es un aspecto transversal a la realidad social, cultural y educativa.
La diversidad, referida a diferencias personales, grupales y sociales, también está presente en las aulas de los centros educativos que configuran nuestro ecosistema escolar. Como construcción social es un concepto que está vivo, que es permeable, y que ha de ir redefiniéndose y cuestionando sus límites para expandir matices que permitan tener en cuenta cada vez más realidades.
A pesar de las sucesivas reformas educativas y su apertura hacia los conceptos de diversidad e inclusión, las prácticas escolares han tendido siempre a homogeneizar al alumnado en cada una de las fases de su proceso de aprendizaje. Las agrupaciones, la prevalencia de determinadas estrategias metodológicas, la evaluación, lo que decidimos enseñar y lo que no, los libros que han de leerse y los que no, lo que contamos y lo que dejamos sin contar, son solo algunos ejemplos de prácticas educativas normalizadoras que siempre, de una manera u otra, suponen una segregación. Porque no mostrar, invisibilizar, negar la existencia del otro y de otras maneras de hacer, es también una práctica hegemónica. Paul B. Preciado (2019) apunta, en relación a la institución museo aunque podríamos sustituirla por la institución escuela, que “lejos de ser un espacio neutral, ocupa un lugar estratégico en la construcción de la hegemonía y la subalternidad.”
Los conceptos de “atención a la diversidad” y de “educación inclusiva” en el ámbito educativo nos invitan a conseguir que el alumnado sea competente para cooperar y convivir en sociedades democráticas unidas, abiertas y cambiantes. Más allá de su presencia en textos legales, esta realidad se ha presentado como parte de la democratización de la educación obligatoria, con el aumento de la migración, la integración del alumnado con necesidades educativas especiales o el incremento de la conciencia social desde un punto de vista progresista. Esta atención a la diversidad pretende tener en cuenta las características y capacidades de cada persona, pero también sus intereses, motivaciones, necesidades o curiosidades. Así pues, al hablar de diversidad deberíamos tal vez hablar de diversidades. Diversidades biológicas, funcionales, sensoriales, motrices, cognitivas; diversidades culturales, étnicas, idiomáticas, socioeconómicas, ideológicas…; diversidades de capacidades, de aprendizaje; diversidades identitarias, de personalidad, de sexualidad, de factores emocionales…; diversidades de familias, de entornos, de creencias…Diversidad de diversidades.
Ahora bien, ¿para crear una escuela que sea realmente inclusiva y que atienda esta realidad no sería necesario primero entenderla y empatizar con ella a través de prácticas educativas que la hagan visible? En ese caso, entenderlas pasaría por desterrar la inseguridad, la sensación de amenaza que produce la percepción del otro como distinto a mí, los prejuicios y el miedo a lo desconocido y las conductas excluyentes que generan. Para educar en la diversidad la escuela debe integrar en sus programas educativos no solo contenidos que la tengan en cuenta, sino que la propia escuela ha de repensarse, desde su propia estructura, a través de una perspectiva integradora y plural. Para ello, como indica Espinosa, se requiere de una “planificación estratégica de la institución” que tendría en cuenta la accesibilidad de sus instalaciones, la revisión de sus programaciones y contenidos y su manera de enseñarlos, su comunicación con la comunidad educativa y con el exterior, y en general, todas y cada una de las acciones educativas que se lleven a cabo. Estas transformaciones nos pueden hacer tomar conciencia de que nada humano tiene que parecer extraño en una sociedad multicultural y que “al respetar nuestras diferencias y celebrar aquello que tenemos en común, quienes formamos parte de esta sociedad culturalmente diversa podemos contribuir a mantenerla unida” (Chalmers; 2003). Por otro lado, la docente e investigadora bell hooks habla del concepto de transgresión de los límites raciales, sexuales y de clase como camino imprescindible para conseguir el objetivo más importante que debería tener la educación, que es la práctica de la libertad en un mundo donde todos podamos aprender a disfrutar de nuestras diferencias en paz. Una educación con una orientación fundamentalmente humanística y culturalmente diversa que conciba a la persona como única y concreta, con una identidad abierta al cambio y a la transformación.
Con este llamamiento público queremos explorar qué recursos artístico-educativos nos pueden servir, tanto a docentes como a alumnado, para reflexionar respecto a qué considerar una escuela plural, cómo transgredir lo normativo y desde dónde entender el concepto de diversidad. Asimismo se hace necesario reconocer las diferencias que existen dentro de cada individuo, y observar y entender las del otro; dar cabida a todas las voces, a las diversidades que coexisten dentro y fuera del centro educativo, en el mundo y en las aulas, entre el alumnado y el profesorado, las diferencias de género, orientación sexual, cultura, raza, clase, lengua y pensamiento, las más visibles y las menos, y dotarlas de protagonismo; superar el desconocimiento de lo diferente y evitar las conductas excluyentes, incluso violentas, que provoca, dejando de enfocar los discursos desde lo normativo y dando voz a los que han sido invisibilizados o dejados al margen.
La meta utópica de un enfoque multicultural omnipresente en el contexto educativo probablemente no se alcance nunca sin una reestructuración profunda de la sociedad misma, pero solo una educación que sea realmente multicultural y reconozca, entienda y atienda las diversidades podrá convertirse en un agente de cambio social.
A todo ello contribuirá la sensibilización y toma de conciencia por parte del profesorado de las funciones y los roles del arte en la sociedad y de las posibilidades que generan las prácticas artísticas en el aula para educar de forma más creativa, divergente, significativa, y relevante, a una mayor diversidad de estudiantes.
Acoger es no saber quién llegará. Así es cuando tenemos un hijo, cuando llega un forastero o cuando una nueva hornada de niños y niñas llena el patio y las aulas de una escuela cada nuevo curso. Acoger es poder decir: “No sé quién eres pero aquí estamos”. Y educar de manera emancipadora es poder añadir: “Y lo que nos tenga que pasar, sea bueno o malo, lo podrás pensar por ti mismo».
Marina Garcés, El contratiempo de la emancipación. p. 22